¡FUN! ¡FUN! ¡FUN!...


Veinticuatro de diciembre, ¡FUN! ¡FUN! ¡FUN!... Sé que la canción no es así, pero las Navidades empiezan ahí.
El día de Noche Buena no comienza por la noche, sino a las cuatro de la tarde con mi madre con el delantal puesto y de peluquería, haciendo la cena, por lo que ese día nos conformamos con comer una pizza del Carrefour, porque no nos deja ni merendar.
Este año nos ha tocado hacerlo en nuestra casa, porque somos los que más sillas tenemos. A las siete de la tarde comienzan a venir los familiares. Mis tíos traen a mi abuelo en zapatillas, -que ya ni le calzan en los días especiales-, esas zapatillas que solo las pueden calzar los que son del Inserso, y por último llega mi tío con una piña, que, claro, somos veinte y mi hermano mayor le dijo que a dónde va el espabilado, que cómo no la sorteáramos, nada.
Lo peor de esta Noche Buena es que me ha tocado el taburete y la pata de la mesa; además, desde mi posición poco estratégica, no llegaba ni a los langostinos ni al jamón de pata negra. No me quedó otra que alimentarme a base de paté de pimienta y de aceitunas rellenas.
Después de una semana a base de eno de frutas, llega la noche en que todo se hace deprisa, Noche Vieja. Todos estamos nerviosos. Mi madre, al igual que en Noche Buena, empieza a hacer la cena a las cuatro de la tarde, pero hay un cambio:  tiene un look fantasía, se ha puesto mechas y lleva mucha purpurina.
Esta vez el abuelo lleva zapatillas grises; yo creo que ésas son las de fiesta. Este día es muy especial para mi madre: su hija de dieciséis años tiene que salir, y si sale, mi madre está preocupada y mi padre cabreado.
A las doce menos diez, comienza el gran debate, dónde ver las campanadas; dejamos al abuelo elegir, y como es un poco viciosillo, pusimos a Sara Carbonero.
Después de las uvas, mi padre dijo que hasta la una y media no se salía y mi madre con la excusa, a las doce y veinticinco cerró el chiringuito para que la niña se arreglase.
Otra semana más a base de eno de frutas hasta Reyes.
Llega el día de Reyes, donde los niños que horas antes estaban muy ilusionados, pierden ese brillo en los ojos al abrir los regalos y descubrir que ahí no está ni la play 3 ni el gormity que se pidieron, sino un par de calzoncillos, una bufanda y unas zapatillas parecidas a las del abuelo, regalo del mismo.
En fin, prefirieron el jamón de pata negra, a la ilusión de mis primos. La crisis llega a todos los lados.

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